RELATOS INDIGNADOS
Amadeo se sentó en uno de los
bancos de la gran sala de espera de La Estación de Norte, ese edificio de
arquitectura modernista que le había maravillado desde que era un niño. Solía
venir a menudo porque le recordaba el tiempo lejano cuando paseaba de la mano
de su padre entre los andenes. Dejó el maletín a su lado. Miró el panel de
salidas. Salía un tren a Barcelona en cuarenta minutos. No era tan caro como el
AVE, ni tan veloz, ni se habían hecho tan costosas inversiones a cargo del
bolsillo del contribuyente pero eso era lo de menos, lo que importaba era el
fasto, lo que suponía para las ciudades estar conectadas por la alta velocidad,
aunque fuera improductivo y de eso en Valencia sabían un rato. De eso y de
fastos, y de eventos y de corrupciones.
Cuarenta minutos después, Amadeo
vio partir el tren de Barcelona y más tarde el de Alicante y tres o cuatro más
de cercanías y observó que la oscuridad del exterior se iba haciendo patente y
lentamente se encendían las luces de la sala de espera. Miró de nuevo el panel
de salidas. Diez minutos después vio partir el tren para Andalucía. Siempre
había querido ir a Sevilla y nunca había podido ser.
Suspiró hondamente pensando en la
manera de decirle a María que tras treinta años en la empresa lo habían despedido,
sin explicaciones, y ya no importaba si
era procedente o no. Desde hacía una semana, nada importaba. El mundo, su mundo
había dado un vuelco. Le habían dicho que ya no era un activo necesario y le concedían la indemnización que marcaba
la nueva ley.
Se levantó, tomó el maletín y se
dirigió hacia la salida temiendo que quizás este había sido el último tren de
su vida.
EL PAN NUESTRO DE CADA DIA Y MIENTRAAS LOS POLITICOS Y SIBDICALISTAS CON LAS AUTONOMIAS VIVIENDO A NUESTRA COSTA, A COSTA DE LOS ESÀÑOLES. ME HA GUSTADO EL RELATO ES REALISTA
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