viernes, 1 de junio de 2012

PROHIBIDO EL AMARILLO




Yellow Submarim Security se había instalado en la Comunidad Valenciana importada por un rico ranchero fan del mítico cuarteto de Liverpool en la época en que comenzó a despuntar el turismo en Benidorm. Alcanzó la cima entre las compañías de Control de Accesos y Seguridad Privada gracias al auge renovador y festivo de la Valencia ponte Guapa y los Macro Proyectos de Rita Barbera: desde Circuito Ricardo Tormo hasta los trabajos y los días de Calatrava; incluido el flamante Circuito Urbano de  Formula I. “Nena, tu si que vales...”, se dijo Martín, cuando le hicieron fijo en el turno de noche que controlaba los accesos de la Ciudad de las Ciencias.

Escuchaba Cadena 80 Serie Oro  a volumen considerable. Silvio Rodríguez le acompañaba, entre causas y azares (“...cuando Pedro salio en su ventana; no sabia,  mi amor,  no sabía, que la luz de esa clara mañana, era  luz de su último día. Y las causas le fueron cercando, cotidianas, invisibles; y el azar, se le iba enredando poderoso; invencible...), hacia  la puerta de su habitación mientras recogía el uniforme de trabajo: una camisa caqui con ribetes  amarillos;  en las tapas de los bolsillos esa gama cromática se hacia más intensa. La tela era algo basta. El pantalón le venía un poco estrecho.

El Logotipo de la empresa consistía en unas bandas de amarillo ocre en forma de aspa y el nombre de la corporación en letras capitales circulares a cada lado de la X.

En más de una ocasión, las miradas de algunas mujeres, con intenciones evidentes y prometedoras, se fijaban en él. ente halagado y nervioso, en esos momentos sentía, incomodado, una jauría de hormigas pateándole el rostro; rápidamente fingía trabajo o gestiones en otro lugar.

Su coche oficial,  un castigado Seat Córdoba, exhibía las  marcas amarillas en las puertas. Desde Ribaroja tomaba la M30 para incorporarse hacia la Pantera Rosa y luego ascender por Hermanos Maristas para llegar a la entrada del Centro comercial. Veinte Minutos de trayecto, normalmente tranquilo. La radio hacía soportables más las rondas.

En cuanto subió al coche buscó en el dial Radio 5 Todo Noticias. Se detuvo al oir: “¡Prohibido el amarillo! Es un microespacio de Radio 5 Todo Noticias dedicado al mundo del teatro...Un telón alzado por Berta Tapia para Radio 5 Todo Noticias ¡Apaguen sus teléfonos móviles porque el espectáculo va a comenzar! ¡Julio Pedrosa combina Circo y Teatro en las Termas de la risa.”

Se desvió de la carretera de Madrid y cogió inconsciente la circunvalación, esa serpiente perezosa sobre el cauce del río,  insufrible y torpe en hora punta, cuando más se la necesitaba. Subía por el  puente y no vio como le vino encima; los faros del camión le cegaron. Dio un brusco giro a la derecha en un intento reflejo de salvar lo evidente: su vehículo se precipito al cauce seco. Tras el golpe y antes de la explosión que saludó la ciudad minutos después como una anticipada Nit del Foc, la radio seguía diciendo: “...De amarillo iba vestido el gran Moliere el 17 de febrero de 1.673 cuando, en plena actuación de su obra, "El enfermo imaginario", sufrió un horrible ataque de tos que lo llevó a vomitar sangre sobre el escenario, a manchar de rojo su traje amarillo y a morir unas horas más tarde. El desgraciado episodio modificó para siempre la historia del teatro, desde ese día, vestirse de amarillo pasó a ser sinónimo de mala suerte y a estar "absolutamente prohibido" para todos los actores del mundo.” Nadie se supo como salió al aire el genial  programa radiofónico, que dejo de emitirse el 6 de Julio del año anterior. Nueve meses antes un joven auxiliar de control de accesos recibía con alegría la firma de su primer contrato fijo.  

jueves, 24 de mayo de 2012

Violeta. Los Nadies. Guerras calladas. Eduardo Galeano



Cortos de  Eduardo Galeano


Violeta 

En los tristes años de la dictadura del general Pinochet, en Chile, el Régimen decidió cambiar los nombres de veinte poblaciónes de los suburbios más pobres de la ciudad de Santiago; y en el rebautizo, una de las poblaciónes, la población Violeta Parra, recibió el nombre de algún militar heróico, pero sus habitantes se negaron a llevarlo, se negaron a llamarse con otro nombre que no fuera su nombre; y en unánime Asamblea dijeron: "Somos Violeta Parra o nada". Y así riendieron homenaje, una vez más, a aquella campesina cantora, de voz gastadita, que en sus peleonas canciónes había sabido celebrar los misterios de su tierra y de su gente. 
Violeta era, era pecante y picante, amiga del guitarreo y del converse y del enamore y por bailar y por payasear se le quemaban las empanadas... "Gracias a la vida..." cantó en su última canción y un revolcón de amor la arrojó a la muerte. 


Los Nadies 


En una esquina del semáforo rojo, alguien traga fuego, alguien lava parabrisas, alguien vende banderitas o muñecas que hacen pipí. Alguien lee el horóscopo dando gracias a los astros porque se ocupan de él. Alguien habla con el teléfono después de colgar el tubo. Alguien conversa con el televisor. Alguien riega flores de plástico. Alguien sube al ómnibus en la madrugada y el ómnibus sigue estando vacío. 

Hoy voy a contarles a mi modo y manera algunas historias de "Los Nadies", que son muchos. 

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres...Que algún mágico día llueva la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte, pero ni en lloviznita cae la buena suerte, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Por mucho que a los nadies les pique la mano izquierda o se levanten con el pié derecho o empiecen el año cambiando la escoba...Los nadies, los dueños de nada, los hijos de nadie, los ningunos, los ninguneados que no son aunque sean, que no hablan idiomas sino dialectos, que no profesan religiones sino supersticiones, que no hacen arte sino artesanía, que no tienen cultura sino a lo sumo folclore, que no son seres humanos sino recursos humanos, que no tienen nombre sino número, que no figuran en la historia universal sino en la crónica roja de la prensa local... Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata. 

                  Guerras calladas 

No estalla como las bombas ni suena como los tiros, el hambre, que mata callando, mata a los callados. De ellos sabemos todo. Los expertos, los Obrólogos los estudian y nos ofrecen los datos actualizados: Qué no comen, en qué no trabajan, cuántos son, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen... Solo nos falta saber, por qué los pobres son pobres. Ellos, los muertos de las guerras, los presos de las cárceles, los brazos disponibles, los brazos desechables, sin tierra, sin casa, sin camino... 

¿Será que los pobres son pobres porque su hambre nos da de comer y su desnudez nos viste? 

¿Qué sería de nosotros sin ellos? 

viernes, 18 de mayo de 2012

[ESPANTAPAJAROS N°] 11




Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura!
¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento de enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira -esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferibles a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir...!

[ESPANTAPÁJAROS N°] 11 - Oliverio Girondo 
Fuente: GIRONDO, OVERIO, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías. Espantapájaros. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1966 (págs. 88-89)

lunes, 14 de mayo de 2012

Mera sugestión


En frasco chico EDITORIAL COLIHUE
Mis amigos dicen que soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.
Esa mañana yo estaba leyendo una novela de terror y, aunque era pleno día, me sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso: pese a todos estos hechos, yo, sin embargo estaba enteramente convencido de que el asesino acechaba tras la puerta cerrada. De manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar a la cocina.
- ¡Entre! –grité sin levantarme-. Está sin llave.
Entró el portero del edificio, con dos o tres cartas.
- Se me durmió la pierna- dije-. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso de agua?
El portero dijo: “¡Cómo no!”, abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras de sí platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde luego, en la cocina, no había ningún asesino.
Se trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.



Fernando Sorrentino 

sábado, 12 de mayo de 2012

Volamos









   Como puesta ante un apacible e inofensivo misterio, que puede serlo, con ganas de hablar, que a mí me faltan, me cuenta de su gato.
   Es, sí. Claro que es; pero... Ante todo, como es huérfano, recogido por compasión, se ignora su ascendencia. Es gato y le agrada el agua. De las acequias no prefiere los albañales, sino la corriente barrosa. Se lanza acezante, pisa fuerte y salpica: hunde las fauces y hace que toma, pero no toma, porque es de puro goloso que lo hace. Puede pensarse que no es un gato, que es un perro. También por su actitud indiferente en presencia de los demás gatos. Pero es que asimismo se limita a observar desde lejos a los perros y ni siquiera se enardece frente a una pelea callejera. Como al emitir la voz desafina espantosamente y además es ronco, no puede saberse si maúlla o ladra.
   Hago como que me asombro. Pero no abro la boca, porque de preguntar o comentar me preguntaría por qué pienso así y tendría que explicar y complicarme en un diálogo. Empero ya no me habla: se habla. Revisa lo que sabe y quiere saber más.
   Es gato y le gusta el agua. Eso no autoriza a concluir que sea un perro. Ni siquiera está la cuestión en que sea perro o gato, porque ni uno ni otro vuelan, y este animalito vuela; desde hace unos días se ha puesto a volar.
   Yo espero que me pregunte si creo que se trata de una brujería. Pero no; al parecer, no cree en eso. Yo tampoco; aunque lo pensé. Mejor dicho, pensé que ella lo pensaba. Pero no.
   ­¿No te maravillas?
   ­Sí; seguramente. Me maravillo. Cómo no. Me maravillo.
Podría maravillarme, cómo no. Pero no. Puedo maravillarme porque el gato-perro vuela. Pero es que no sólo hablo. Estoy pensando. Pienso que ella supone que he de maravillarme porque lo que creyó era gato puede ser perro o lo que puede ser gato o perro puede ser un ave o cualquier otro animal que vuele. Debiera maravillarme porque, lo que se cree que es, no es. No puedo. ¿Acaso me maravilla que tú no seas lo que tu esposo cree que eres? ¿Acaso me maravilla no ser lo que mi esposa cree que soy? Tu animalejo es un cínico, nada más. Un cínico ejercitado.



del libro "Mundo Animal", de Antonio Di Benedetto. 1953. © Herederos de Antonio Di Benedetto.

viernes, 11 de mayo de 2012

La fama





El poeta la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos poetas que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?

La Fama, sin detenerse, miró al poeta por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:

-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un joven periodista abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para un estudio consagratorio. Te prometo que allí estaré.

-¡Ah, te lo agradezco mucho!

-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.




Espiral

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.


Cuentos cortos completos 
publicados en: rincondelpoeta.com.ar


jueves, 10 de mayo de 2012

EN BUSCA DE ARIADNA






Esquizofrenia paranoide le dijeron. Y se engancho a tocar la tuba, el más pesado instrumento de viento-metal jamás conocido. Le gustaba el sonido a barco que se creaba a su alrededor cuando se deslizaba sigiloso por los vericuetos del pentagrama, como un marino en busca de sus sirenas. El resto de ruidos desaparecían como por ensalmo, incluidas las voces. A veces recordaba que había sido otro distinto, un universitario aplicado con ínfulas de ingeniero; había sido otro hasta que un tren desbocado, a su paso por un cruce de peatones, le partió la vida a su Ariadna y él se perdió para siempre en los laberintos de la mente. Su amor por la tuba lo recuperó para el mundo e incluso llegó a ser profesional en una banda sinfónica, hasta que llegó la crisis y sus recortes.

Mario recuesta la cabeza costrosa en el cuerpo de la tuba. Está confuso. Las voces han vuelto. Está perdido, no sabe muy bien por qué camino anda. Hay un olor repulsivo en el ambiente. De donde viene ese olor, se pregunta Mario, para descubrir que es su propio cuerpo quién lo desprende. En un flash repentino se descubre recostado en unas escalinatas. Es la entrada a un teatro o algo similar. Mario sonríe y sus dedos resecos y ennegrecidos acarician las teclas de la tuba, es hora de que comience su actuación. El sonido de un barco partiendo del puerto lo envuelve y lo acuna en su delirio. Una pareja con largos abrigos de piel le echa unas monedas, mientras suben las escaleras del teatro. Mario hace un gesto cortés con el raído sombrero de pana y sigue navegando en busca de su Ariadna.

Amparo López Marzal