viernes, 1 de junio de 2012

PROHIBIDO EL AMARILLO




Yellow Submarim Security se había instalado en la Comunidad Valenciana importada por un rico ranchero fan del mítico cuarteto de Liverpool en la época en que comenzó a despuntar el turismo en Benidorm. Alcanzó la cima entre las compañías de Control de Accesos y Seguridad Privada gracias al auge renovador y festivo de la Valencia ponte Guapa y los Macro Proyectos de Rita Barbera: desde Circuito Ricardo Tormo hasta los trabajos y los días de Calatrava; incluido el flamante Circuito Urbano de  Formula I. “Nena, tu si que vales...”, se dijo Martín, cuando le hicieron fijo en el turno de noche que controlaba los accesos de la Ciudad de las Ciencias.

Escuchaba Cadena 80 Serie Oro  a volumen considerable. Silvio Rodríguez le acompañaba, entre causas y azares (“...cuando Pedro salio en su ventana; no sabia,  mi amor,  no sabía, que la luz de esa clara mañana, era  luz de su último día. Y las causas le fueron cercando, cotidianas, invisibles; y el azar, se le iba enredando poderoso; invencible...), hacia  la puerta de su habitación mientras recogía el uniforme de trabajo: una camisa caqui con ribetes  amarillos;  en las tapas de los bolsillos esa gama cromática se hacia más intensa. La tela era algo basta. El pantalón le venía un poco estrecho.

El Logotipo de la empresa consistía en unas bandas de amarillo ocre en forma de aspa y el nombre de la corporación en letras capitales circulares a cada lado de la X.

En más de una ocasión, las miradas de algunas mujeres, con intenciones evidentes y prometedoras, se fijaban en él. ente halagado y nervioso, en esos momentos sentía, incomodado, una jauría de hormigas pateándole el rostro; rápidamente fingía trabajo o gestiones en otro lugar.

Su coche oficial,  un castigado Seat Córdoba, exhibía las  marcas amarillas en las puertas. Desde Ribaroja tomaba la M30 para incorporarse hacia la Pantera Rosa y luego ascender por Hermanos Maristas para llegar a la entrada del Centro comercial. Veinte Minutos de trayecto, normalmente tranquilo. La radio hacía soportables más las rondas.

En cuanto subió al coche buscó en el dial Radio 5 Todo Noticias. Se detuvo al oir: “¡Prohibido el amarillo! Es un microespacio de Radio 5 Todo Noticias dedicado al mundo del teatro...Un telón alzado por Berta Tapia para Radio 5 Todo Noticias ¡Apaguen sus teléfonos móviles porque el espectáculo va a comenzar! ¡Julio Pedrosa combina Circo y Teatro en las Termas de la risa.”

Se desvió de la carretera de Madrid y cogió inconsciente la circunvalación, esa serpiente perezosa sobre el cauce del río,  insufrible y torpe en hora punta, cuando más se la necesitaba. Subía por el  puente y no vio como le vino encima; los faros del camión le cegaron. Dio un brusco giro a la derecha en un intento reflejo de salvar lo evidente: su vehículo se precipito al cauce seco. Tras el golpe y antes de la explosión que saludó la ciudad minutos después como una anticipada Nit del Foc, la radio seguía diciendo: “...De amarillo iba vestido el gran Moliere el 17 de febrero de 1.673 cuando, en plena actuación de su obra, "El enfermo imaginario", sufrió un horrible ataque de tos que lo llevó a vomitar sangre sobre el escenario, a manchar de rojo su traje amarillo y a morir unas horas más tarde. El desgraciado episodio modificó para siempre la historia del teatro, desde ese día, vestirse de amarillo pasó a ser sinónimo de mala suerte y a estar "absolutamente prohibido" para todos los actores del mundo.” Nadie se supo como salió al aire el genial  programa radiofónico, que dejo de emitirse el 6 de Julio del año anterior. Nueve meses antes un joven auxiliar de control de accesos recibía con alegría la firma de su primer contrato fijo.  

jueves, 24 de mayo de 2012

Violeta. Los Nadies. Guerras calladas. Eduardo Galeano



Cortos de  Eduardo Galeano


Violeta 

En los tristes años de la dictadura del general Pinochet, en Chile, el Régimen decidió cambiar los nombres de veinte poblaciónes de los suburbios más pobres de la ciudad de Santiago; y en el rebautizo, una de las poblaciónes, la población Violeta Parra, recibió el nombre de algún militar heróico, pero sus habitantes se negaron a llevarlo, se negaron a llamarse con otro nombre que no fuera su nombre; y en unánime Asamblea dijeron: "Somos Violeta Parra o nada". Y así riendieron homenaje, una vez más, a aquella campesina cantora, de voz gastadita, que en sus peleonas canciónes había sabido celebrar los misterios de su tierra y de su gente. 
Violeta era, era pecante y picante, amiga del guitarreo y del converse y del enamore y por bailar y por payasear se le quemaban las empanadas... "Gracias a la vida..." cantó en su última canción y un revolcón de amor la arrojó a la muerte. 


Los Nadies 


En una esquina del semáforo rojo, alguien traga fuego, alguien lava parabrisas, alguien vende banderitas o muñecas que hacen pipí. Alguien lee el horóscopo dando gracias a los astros porque se ocupan de él. Alguien habla con el teléfono después de colgar el tubo. Alguien conversa con el televisor. Alguien riega flores de plástico. Alguien sube al ómnibus en la madrugada y el ómnibus sigue estando vacío. 

Hoy voy a contarles a mi modo y manera algunas historias de "Los Nadies", que son muchos. 

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres...Que algún mágico día llueva la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte, pero ni en lloviznita cae la buena suerte, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Por mucho que a los nadies les pique la mano izquierda o se levanten con el pié derecho o empiecen el año cambiando la escoba...Los nadies, los dueños de nada, los hijos de nadie, los ningunos, los ninguneados que no son aunque sean, que no hablan idiomas sino dialectos, que no profesan religiones sino supersticiones, que no hacen arte sino artesanía, que no tienen cultura sino a lo sumo folclore, que no son seres humanos sino recursos humanos, que no tienen nombre sino número, que no figuran en la historia universal sino en la crónica roja de la prensa local... Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata. 

                  Guerras calladas 

No estalla como las bombas ni suena como los tiros, el hambre, que mata callando, mata a los callados. De ellos sabemos todo. Los expertos, los Obrólogos los estudian y nos ofrecen los datos actualizados: Qué no comen, en qué no trabajan, cuántos son, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen... Solo nos falta saber, por qué los pobres son pobres. Ellos, los muertos de las guerras, los presos de las cárceles, los brazos disponibles, los brazos desechables, sin tierra, sin casa, sin camino... 

¿Será que los pobres son pobres porque su hambre nos da de comer y su desnudez nos viste? 

¿Qué sería de nosotros sin ellos? 

viernes, 18 de mayo de 2012

[ESPANTAPAJAROS N°] 11




Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura!
¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento de enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira -esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferibles a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir...!

[ESPANTAPÁJAROS N°] 11 - Oliverio Girondo 
Fuente: GIRONDO, OVERIO, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías. Espantapájaros. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1966 (págs. 88-89)

lunes, 14 de mayo de 2012

Mera sugestión


En frasco chico EDITORIAL COLIHUE
Mis amigos dicen que soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.
Esa mañana yo estaba leyendo una novela de terror y, aunque era pleno día, me sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso: pese a todos estos hechos, yo, sin embargo estaba enteramente convencido de que el asesino acechaba tras la puerta cerrada. De manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar a la cocina.
- ¡Entre! –grité sin levantarme-. Está sin llave.
Entró el portero del edificio, con dos o tres cartas.
- Se me durmió la pierna- dije-. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso de agua?
El portero dijo: “¡Cómo no!”, abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras de sí platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde luego, en la cocina, no había ningún asesino.
Se trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.



Fernando Sorrentino 

sábado, 12 de mayo de 2012

Volamos









   Como puesta ante un apacible e inofensivo misterio, que puede serlo, con ganas de hablar, que a mí me faltan, me cuenta de su gato.
   Es, sí. Claro que es; pero... Ante todo, como es huérfano, recogido por compasión, se ignora su ascendencia. Es gato y le agrada el agua. De las acequias no prefiere los albañales, sino la corriente barrosa. Se lanza acezante, pisa fuerte y salpica: hunde las fauces y hace que toma, pero no toma, porque es de puro goloso que lo hace. Puede pensarse que no es un gato, que es un perro. También por su actitud indiferente en presencia de los demás gatos. Pero es que asimismo se limita a observar desde lejos a los perros y ni siquiera se enardece frente a una pelea callejera. Como al emitir la voz desafina espantosamente y además es ronco, no puede saberse si maúlla o ladra.
   Hago como que me asombro. Pero no abro la boca, porque de preguntar o comentar me preguntaría por qué pienso así y tendría que explicar y complicarme en un diálogo. Empero ya no me habla: se habla. Revisa lo que sabe y quiere saber más.
   Es gato y le gusta el agua. Eso no autoriza a concluir que sea un perro. Ni siquiera está la cuestión en que sea perro o gato, porque ni uno ni otro vuelan, y este animalito vuela; desde hace unos días se ha puesto a volar.
   Yo espero que me pregunte si creo que se trata de una brujería. Pero no; al parecer, no cree en eso. Yo tampoco; aunque lo pensé. Mejor dicho, pensé que ella lo pensaba. Pero no.
   ­¿No te maravillas?
   ­Sí; seguramente. Me maravillo. Cómo no. Me maravillo.
Podría maravillarme, cómo no. Pero no. Puedo maravillarme porque el gato-perro vuela. Pero es que no sólo hablo. Estoy pensando. Pienso que ella supone que he de maravillarme porque lo que creyó era gato puede ser perro o lo que puede ser gato o perro puede ser un ave o cualquier otro animal que vuele. Debiera maravillarme porque, lo que se cree que es, no es. No puedo. ¿Acaso me maravilla que tú no seas lo que tu esposo cree que eres? ¿Acaso me maravilla no ser lo que mi esposa cree que soy? Tu animalejo es un cínico, nada más. Un cínico ejercitado.



del libro "Mundo Animal", de Antonio Di Benedetto. 1953. © Herederos de Antonio Di Benedetto.

viernes, 11 de mayo de 2012

La fama





El poeta la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos poetas que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?

La Fama, sin detenerse, miró al poeta por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:

-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un joven periodista abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para un estudio consagratorio. Te prometo que allí estaré.

-¡Ah, te lo agradezco mucho!

-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.




Espiral

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.


Cuentos cortos completos 
publicados en: rincondelpoeta.com.ar


jueves, 10 de mayo de 2012

EN BUSCA DE ARIADNA






Esquizofrenia paranoide le dijeron. Y se engancho a tocar la tuba, el más pesado instrumento de viento-metal jamás conocido. Le gustaba el sonido a barco que se creaba a su alrededor cuando se deslizaba sigiloso por los vericuetos del pentagrama, como un marino en busca de sus sirenas. El resto de ruidos desaparecían como por ensalmo, incluidas las voces. A veces recordaba que había sido otro distinto, un universitario aplicado con ínfulas de ingeniero; había sido otro hasta que un tren desbocado, a su paso por un cruce de peatones, le partió la vida a su Ariadna y él se perdió para siempre en los laberintos de la mente. Su amor por la tuba lo recuperó para el mundo e incluso llegó a ser profesional en una banda sinfónica, hasta que llegó la crisis y sus recortes.

Mario recuesta la cabeza costrosa en el cuerpo de la tuba. Está confuso. Las voces han vuelto. Está perdido, no sabe muy bien por qué camino anda. Hay un olor repulsivo en el ambiente. De donde viene ese olor, se pregunta Mario, para descubrir que es su propio cuerpo quién lo desprende. En un flash repentino se descubre recostado en unas escalinatas. Es la entrada a un teatro o algo similar. Mario sonríe y sus dedos resecos y ennegrecidos acarician las teclas de la tuba, es hora de que comience su actuación. El sonido de un barco partiendo del puerto lo envuelve y lo acuna en su delirio. Una pareja con largos abrigos de piel le echa unas monedas, mientras suben las escaleras del teatro. Mario hace un gesto cortés con el raído sombrero de pana y sigue navegando en busca de su Ariadna.

Amparo López Marzal

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL VERDUGO




Como siempre, con la primavera llegó el día de los festivales. El Emperador, después de comer y de beber, con la cara recamada de manchas rojas, se dirigió a la plaza, hoy llamada de las Cáscaras, seguido por sus súbditos y por un célebre técnico, que llevaba un cofre de madera, con incrustaciones de oro.


-¿Qué lleva en esa caja? -preguntó uno de los ministros al técnico.
-Los presos políticos; más bien dicho los traidores.
-¿No han muerto todos? -interrogó el ministro con inquietud.
-Todos, pero eso no impide que estén de algún modo en esta cajita -susurró el técnico, mostrando entre los bigotes, que eran muy negros, largos dientes blancos.


En la plaza de las Cáscaras, donde habitualmente celebraban las fiestas patrias, los pañuelos de la gente volaban entre las palomas; éstas llevaban grabada en las plumas, o en un medallón que les colgaba del pescuezo, la cara pintada del Emperador. En el centro de la plaza histórica, rodeado de palmeras, había un suntuoso pedestal sin estatua. Las señoras de los ministros y los hijos estaban sentados en los palcos oficiales. Desde los balcones las niñas arrojaban flores. Para celebrar mejor la fiesta, para alegrar al pueblo que había vivido tantos años oprimido, el Emperador había ordenado que soltaran aquel día los gritos de todos los traidores que habían sido torturados. Después de saludar a los altos jefes, guiñando un ojo y masticando un escarbadientes, el Emperador entró en la casa Amarilla, que tenía una ventana alta, como las ventanas de las casas de los elefantes del Jardín Zoológico. Se asomó a muchos balcones, con distintas vestiduras, antes de asomarse al verdadero balcón, desde el que habitualmente lanzaba sus discursos. El Emperador, bajo una apariencia severa, era juguetón. Aquel día hizo reír a todo el mundo. Algunas personas lloraron de risa. El Emperador habló de las lenguas de los opositores: "que no se cortaron -dijo- para que el pueblo oyera los gritos de los torturados". Las señoras, que chupaban naranjas, las guardaron en sus carteras, para oírlo mejor; algunos hombres orinaron involuntariamente sobre los bancos, donde había pavos, gallinas y dulces; alguno niños, sin que las madres lo advirtieran, se treparon a las palmeras. El Emperador bajó a la plaza. Subió al pedestal. El eminente Técnico se caló las gafas y lo siguió: subió las seis o siete gradas que quedaban al pie del pedestal, se sentó en una silla y se dispuso a abrir el cofre. En ese instante el silencio creció, como suele crecer al pie de una cadena de montañas al anochecer. Todas las personas, hasta los hombres muy altos, se pusieron en puntas de pie, para oír lo que nadie había oído: los gritos de los traidores que habían muerto mientras los torturaban. El Técnico levantó la tapa de la caja y movió los diales, buscando mejor sonoridad: se oyó, como por encanto, el primer grito. La voz modulaba sus quejas más graves alternativamente; luego aparecieron otras voces más turbias pero infinitamente más poderosas, algunas de mujeres, otras de niños. Los aplausos, los insultos y los silbidos ahogaban por momentos a los gritos. Pero a través de ese mar de voces inarticuladas, apareció una voz distinta y sin embargo conocida. El Emperador, que había sonreído hasta ese momento, se estremeció. El Técnico movió los diales con recogimiento: como un pianista que toca en el piano un acorde importante, agachó la cabeza. Toda la gente, simultáneamente, reconoció el grito del Emperador. ¡Como pudieron reconocerlo! Subía y bajaba, rechinaba, se hundía, par volver a subir. El Emperador, asombrado, escuchó su propio grito: no era el grito furioso o emocionado, enternecido o travieso, que solía dar en sus arrebatos; era un grito agudo y áspero, que parecía provenir de una usina, de una locomotora, o de un cerdo que estrangulan. De pronto algo, un instrumento invisible, lo castigó. Después de cada golpe, su cuerpo se contraía, anunciando con otro grito el próximo golpe que iba a recibir. El Técnico, ensimismado, no pensó que tal vez suspendiendo la transmisión podría salvar al Emperador. Yo no creo, como otras personas, que el Técnico fuera un enemigo acérrimo del Emperador y que había tramado todo esto para ultimarlo.


El Emperador cayó muerto, con los brazos y las piernas colgando del pedestal, sin el decoro que hubiera querido tener frente a sus hombres. Nadie le perdonó que se dejase torturar por verdugos invisibles. La gente religiosa dijo que esos verdugos invisibles eran uno solo, el remordimiento.


-¿Remordimiento de qué? -preguntaron los adversarios.
-De no haberles cortado la lengua a esos reos -contestaron las personas religiosas, tristemente.

Fuente: OCAMPO, SILVINA, La furia, y otros cuentos. Buenos Aires, Sur, 2a ed., 1960 (págs. 120-122)





martes, 8 de mayo de 2012




Instrucciones para subir una escalera
[Instrucciones. Texto completo]
Julio Cortázar
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.


Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
FIN

lunes, 7 de mayo de 2012

El último tren



RELATOS INDIGNADOS 



Amadeo se sentó en uno de los bancos de la gran sala de espera de La Estación de Norte, ese edificio de arquitectura modernista que le había maravillado desde que era un niño. Solía venir a menudo porque le recordaba el tiempo lejano cuando paseaba de la mano de su padre entre los andenes. Dejó el maletín a su lado. Miró el panel de salidas. Salía un tren a Barcelona en cuarenta minutos. No era tan caro como el AVE, ni tan veloz, ni se habían hecho tan costosas inversiones a cargo del bolsillo del contribuyente pero eso era lo de menos, lo que importaba era el fasto, lo que suponía para las ciudades estar conectadas por la alta velocidad, aunque fuera improductivo y de eso en Valencia sabían un rato. De eso y de fastos, y de eventos y de corrupciones.

Cuarenta minutos después, Amadeo vio partir el tren de Barcelona y más tarde el de Alicante y tres o cuatro más de cercanías y observó que la oscuridad del exterior se iba haciendo patente y lentamente se encendían las luces de la sala de espera. Miró de nuevo el panel de salidas. Diez minutos después vio partir el tren para Andalucía. Siempre había querido ir a Sevilla y nunca había podido ser.

Suspiró hondamente pensando en la manera de decirle a María que tras treinta años en la empresa lo habían despedido, sin explicaciones,  y ya no importaba si era procedente o no. Desde hacía una semana, nada importaba. El mundo, su mundo había dado un vuelco. Le habían dicho que ya no era un activo necesario  y le concedían la indemnización que marcaba la nueva ley.

Se levantó, tomó el maletín y se dirigió hacia la salida temiendo que quizás este había sido el último tren de su vida.



La Biblioteca de Babel



 Autor:  Salva Salom Climent



La Biblioteca de Babel

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta         letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

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sábado, 5 de mayo de 2012

ABLAR






Relato ABLAR, de Rosario Raro López
 Premio Nacional de narrativa corta 
"Palabras de Mujer"

El desierto surgido de un telar gigantesco: tenso por un lado y por el otro flotante, formando dunas, pliegues, arrugas, desniveles. 

El tejido sudanés plagiado por Paul Klee. O la piel de una mujer: recovecos,  recodos, sinuosidad, dunas, pliegues, arrugas, desniveles.

Caligrafía generatriz contra tachones, sobre el papel un cuchillo que rasca lo escrito hasta emborronarlo. Una página arrancada como un pétalo de flor del desierto. Escasa. Superviviente.

A primera hora de la mañana la abuela infernal barrió el patio con su energía de tornado. Después entró en el cobertizo y cuando me vio detrás de la cortina me empujó con la escoba. Dijo que la molestaba, que no la dejaba seguir con los preparativos y que aún era demasiado pequeña para estar allí.  La leche de cabra del vaso de mi desayuno se cayó al suelo.

Corrí hasta los árboles y acaricié la piel de un tronco que parecía un cocodrilo disecado. 
Se me pegó a los dedos una gota de resina con forma de lágrima de muñeca pero sólida. Mientras la alargaba y apretaba la dibujé en mi libreta con Jasmine en la tapa.

La goma arábiga por su textura membranosa parece un despojo animal. Con esta sustancia los árboles impermeabilizan sus cortes, protegen las heridas de los gérmenes pero una vez tras otra les roban sus talismanes ámbar, el ungüento con el que intentan curarse las cicatrices inflingidas a sus cortezas. 

De las acacias, la niña sólo sabía que ahuyentaban la mala suerte. 

Canturreaba mientras con una hoja de afeitar oxidada trazaba signos sobre la tierra cuarteada también como la piel de un cocodrilo disecado.

Envolvió la cuchilla en el papel de celofán de un caramelo con letras como serpientes y puntos como ojos de lagarto junto con la burbuja gelatinosa y vegetal. Sintió hambre.

De regreso vio a su padre en un bar. En la terraza destartalada las mesas tenían manteles rojos y sobre ellos vasos de cristal con hojas verdes. La saludó con la mano, desde lejos, como si no fuera su hija. No se acercó. 

Cuando ya veía la casa de barro con las ventanas de madera azul turquesa y la puerta de color crema escuchó los gritos de su prima. 

Sin pensarlo corrió hacia el puerto hasta que una mujer con un fardo amarillo sobre la cabeza la llevó a casa de su abuela. Cuando entró ésta enjuagaba en un barreño un trapo rojo como el mar de Port Sudán. Mientras su madre le susurraba a la otra niña mientras la arropaba una canción en árabe que hablaba de un buen marido y de armarios grandes.

Apenas se le veían los ojos bajo un ajado paño con vinagre que le cubría casi toda la frente. Ya no gritaba pero lloraba muy despacio. Le quitaron un espíritu maligno. Mi madre asintió. Y añadió que cuando éste se desvaneció le llenaron el patio de regalos que ella aún no había visto y que antes de un mes estaría perfectamente y ya podría vestirse con telas nuevas e incluso maquillarse los ojos con khol. Mi prima casi no podía hablar, algunas frases no las acababa, en otras se paraba a medias y a pesar de la cataplasma maloliente noté que le ardía la piel

Cuando nos quedamos solas me contó que por la mañana llegó una mujer desconocida desde una región del interior a la que pagaron mucho dinero porque tenía poderes. La desvistieron en el cobertizo mientras la curandera le decía que iba a tener mucha suerte en la vida. Después le vendaron los ojos, le metieron un trozo de tela áspera en la boca y le sujetaron los brazos y las piernas. Reconoció las voces de varias vecinas. Una de ellas se sentó sobre su pecho y ya no pudo moverse. Sintió un dolor muy intenso, como que se cortaba con un cristal. Después se desmayó.
El barco mecido en el tiempo. Tras la llegada durmió tres días seguidos. Temía despertarse a la repetición, atravesar de nuevo las olas. Tanto mar para encontrar una familia así. Sólo su prima valía la pena y enfermó aunque sonreía en sueños.

Todo esto sucedió durante su viaje a África. Así lo escribió en esta libreta. Sobre el pantalón azul de la princesa de Disney fue anotando las escalas: Port Sudán, Suez, Puerto Saíd, Génova, Marsella y Barcelona. La niña reapareció en su colegio sana y salva, lejos de los árboles que lloraban como anotó en el cuaderno
.
En el último párrafo decía que aquella redacción trataba sobre sus vacaciones de verano. 

Le entregó la libreta a su profesora y al día siguiente las dos después del recreo salieron del colegio juntas y fueron a la comisaría del barrio. La niña como disculpa le dijo al policía que necesitaba escribir porque se expresaba mejor así. Él también leyó su cuaderno. Cuando le preguntó qué tal se encontraba le entregó la hoja de afeitar y el lóbulo gelatinoso, aunque ya un poco seco, porque no sabía donde guardar aquello. No quería ir a la cárcel pero la próxima vez que quisieran llevarla a África se escaparía. Él le dio su teléfono y su profesora también para que los avisara si ocurría algo parecido a lo de Port Sudán en Barcelona entre sus amigas o si llegaba alguna mujer desconocida a su casa. 

Esa noche la niña después de hacer los deberes vio Aladdin mientras comía palomitas y apretaba en su mano el celofán ámbar con letras como serpientes y puntos como ojos de lagarto dentro del que había envuelto los teléfonos talismán. 

Las páginas de su  libreta aún en blanco eran un desierto por un lado tenso y por el otro flotante como el tejido sudanés plagiado por Paul Klee. O como la piel de una mujer con desniveles,  pliegues, dunas,  recodos, y sinuosidad.

En ese arenal baldío estampaba su caligrafía generatriz como acacias que tachaban el silencio. Muchos años después supo que su escritura servía para enfrentarlo.




Rosario Raro

Las Vísperas de Fausto


Cuento de Adolfo Bioy Casares

Texto extraído de Adolfo Bioy Casares
Obras Completas
Cuentos I Grupo Editorial Norma


Fausto por Juana Luci
Dibujo de Juana María Luci

    Esa noche de junio de 1540, en la cámara de la torre, el doctor Fausto recorría los anaqueles de su numerosa biblioteca. Se detenía aquí y allá; tomaba un volumen, lo hojeaba nerviosamente, volvía a dejarlo. Por fin escogió los Memorabilia de Jenofonte. Colocó el libro en el atril y se dispuso a leer. Miró hacia la ventana. Algo se había estremecido afuera. Fausto dijo en voz baja: "Un golpe de viento en el bosque". Se levantó, apartó bruscamente la cortina. Vio la noche, que los árboles agrandaban. Debajo de la mesa dormía Señor. La inocente respiración del perro afirmaba, tranquila y persuasiva como un amanecer, la realidad del mundo. Fausto pensó en el infierno.Veinticuatro años antes, a cambio de un invencible poder mágico, había vendido su alma al Diablo. Los años habían corrido con celeridad. El plazo expiraba a medianoche. No eran, todavía, las once. Fausto oyó unos pasos en la escalera; después, tres golpes en la puerta. Preguntó: "¿Quién llama?". "Yo", contestó una voz que el monosílabo no descubría, "yo". El doctor la había reconocido, pero sintió alguna irritación y repitió la pregunta. En tono de asombro y de reproche contestó su criado: "Yo, Wagner". Fausto abrió la puerta. El criado entró con la bandeja, la copa de vino del Rin y las tajadas de pan y comentó con aprobación risueña lo adicto que era su amo a ese refrigerio. Mientras Wagner explicaba, como tantas veces, que el lugar era muy solitario y que esas breves pláticas lo ayudaban a pasar la noche, Fausto pensó en la complaciente costumbre, que endulza y apresura la vida, tomó unos sorbos de vino, comió unos bocados de pan y, por un instante, se creyó seguro. Reflexionó: "Si no me alejo de Wagner y del perro no hay peligro". Resolvió confiar a Wagner sus terrores. Luego recapacitó: "Quién sabe los comentarios que haría". Era una persona supersticiosa (creía en la magia), con una plebeya afición por lo macabro, por lo truculento y por lo sentimental. El instinto le permitía ser vívido; la necedad, atroz. Fausto juzgó que no debía exponerse a nada que pudiera turbar su ánimo o su inteligencia. El reloj dio las once y media. Fausto pensó: "No podrán defenderme". Nada me salvará. Después hubo como un cambio de tono en su pensamiento; Fausto levantó la mirada y continuó: "Más vale estar solo cuando llegue Mefistófeles. Sin testigos, me defenderé mejor". Además, el incidente podía causar en la imaginación de Wagner (y acaso también en la indefensa irracionalidad del perro) una impresión demasiado espantosa.-Ya es tarde, Wagner. Vete a dormir.Cuando el criado iba a llamar a Señor, Fausto lo detuvo y, con mucha ternura, despertó a su perro. Wagner recogió en la bandeja el plato del pan y la copa y se acercó a la puerta. El perro miró a su amo con ojos en que parecía arder, como una débil y oscura llama, todo el amor, toda la esperanza y toda la tristeza del mundo. Fausto hizo un ademán en dirección de Wagner, y el criado y el perro salieron. Cerró la puerta y miró a su alrededor. Vio la habitación, la mesa de trabajo, los íntimos volúmenes. Se dijo que no estaba tan solo. El reloj dio las doce menos cuarto. Con alguna vivacidad, Fausto se acercó a la ventana y entreabrió la cortina. En el camino a Finsterwalde vacilaba, remota, la luz de un coche."¡Huir en ese coche!", murmuró Fausto y le pareció que agonizaba de esperanza. Alejarse, he ahí lo imposible. No había corcel bastante rápido ni camino bastante largo. Entonces, como si en vez de la noche encontrara el día en la ventana, concibió una huida hacia el pasado; refugiarse en el año 1440; o más atrás aún: postergar por doscientos años la ineluctable medianoche. Se imaginó al pasado como a una tenebrosa región desconocida: pero, se preguntó, si antes no estuve allí ¿cómo puedo llegar ahora?¿Como podía él introducir en el pasado un hecho nuevo? Vagamente recordó un verso de Agatón, citado por Aristóteles: "Ni el mismo Zeus puede alterar lo que ya ocurrió". Si nada podía modificar el pasado, esa infinita llanura que se prolongaba del otro lado de su nacimiento era inalcanzable para él. Quedaba, todavía, una escapatoria: Volver a nacer, llegar de nuevo a la hora terrible en que vendió su alma a Mefistófeles, venderla otra vez y cuando llegara, por fin, a esta noche, correrse una vez más al día del nacimiento. Miró el reloj. Faltaba poco para la medianoche. Quién sabe desde cuándo, se dijo, representaba su vida de soberbia, de perdición y de terrores; quién sabe desde cuándo engañaba a Mefistófeles. ¿Lo engañaba? ¿Esa interminable repetición de vidas ciegas no era su infierno?

Fausto se sintió muy viejo y muy cansado. Su última reflexión fue, sin embargo, de fidelidad hacia la vida; pensó que en ella, no en la muerte, se deslizaba, como un agua oculta, el descanso. Con valerosa indiferencia postergó hasta el último instante la resolución de huir o de quedar.

La campana del reloj sonó...


jueves, 3 de mayo de 2012

Craving





No sé por qué me hiere este lento naufragio de la tarde altos mástiles nubes pájaros que se indagan como manos expuestas me hieren la vida o el deseo Las mimosas tranquilas del paseo el lentisco las jacarandas en su congoja extrema ese aullido que me cubre la piel como una enredadera porque ahora me atraganto y no puedo respirar Es el frío del círculo la tiranía del impulso sobre mi cuerpo y mi mente necesito la pasta como sea No me detienen la distancia ni la ausencia dónde está el teléfono  No hay dónde esconder este desorden de estrellas y cigüeñas El frío metal los líquenes azules los altísimos mástiles  devoran los besos y la piedra La bronca nube oscura el beso apalabrado en el aire que expira sin corazón sin sábanas sin música detrás de cada esquina de mi mente El teléfono suena y ahora se derrama un mar despojado atormentando las sonrisas Camina mas rápido!  Respira más hondo! Los pasos veloces de espaldas a la tarde el vidrio con que miro me precipita con dulce violencia No es suficiente esperar para nacer limpia un día más  Qué quiero? Qué es lo que realmente quiero? No puedo mas! Esta ahí a un paso La música es un abismo de silencios Me llama Ella me llama y no quiero responder Te juro que no  Hay  precipicios esbeltos como árboles íntimos  cruzo de memoria La luna  sube a ciertos labios llenando de relojes las alas de los ángeles Cállate! Te quieres callar? Llegas tarde Tu vida llega tarde Recorro los parques compulsivos de la necesidad del otro lado del espejo y encuentro dormidos los semáforos los pájaros oblicuos taxis alegremente tristes La angustia embiste como un toro mezquino Hay caminos de niebla y de preguntas en cada pensamiento perros que muerden la mano que los mima desdoblan el alma el hambre me empuja  que mas da su envenenado azúcar de abandonos Es tan fácil tiara la toalla Y ahora el dichoso mensaje...

Una suave brisa acaricia sus manos bruñidas. Nos sentamos en la terraza mientras la tarde de poniente comienza a descender su túnica de oros y fuegos. Estamos en el paseo marítimo, cerca del Puerto. El flamante edificio “Veles al Vent” nos mira indiferente. Sabes que ha finalizado el concierto con los Centros de Día para nuestro tratamiento. Y además de 538 usuarios  ahora sólo habrá 286 plazas para toda la Comunidad Valenciana  ¡No hay derecho.¡Es que no hay derecho! ¡Joder! Qué voy hacer  yo ahora, Toni, Qué voy hacer ahora. Su voz, antes una sinfonía; el vuelo ágil y elegante de una golondrina, se diría ahora, un aullido, una herida punzante que se adentra cada vez más en mi corazón, en mi impotencia.

Llega el camarero y pedimos café y cortado. Seguimos conversando mientras me fijo hipnotizado en sus manos tersas y cuidadas, que gesticulan con pasión mientras argumenta indignada, la situación de los centros...¡ No hay derecho. Qué   se han creído esos cabrones!). ¡Es que exponen a la peña a una recaída, y grave!. Tranquila, siempre hay un camino. Están los grupos de apoyo. Narcóticos Anóminos, por ejemplo. Ya, pero no a todo el mundo le funciona NA. Mira vamos a dejarlo, Toni, porque me estoy poniendo mala de sólo pensarlo... Me dan ganas de... Lo siento, tío, he recibido un mensaje del piso y tengo un tema urgente que resolver. Un beso. Llámame. Nos vemos. Vale...

miércoles, 2 de mayo de 2012

“Voy a gritar hasta que me muera”





by Irad Nieto
El Malpensante publica esta breve historia sobre el ruido o sobre ese infierno al que muchos llaman hogar:
“Voy a gritar hasta que me muera”, me advirtió una vez más mi padre (muy a su manera, bramando, convirtiéndose en una bestia desbocada): “Esta es mi casa y el que no quiera ruido puede mandarse a cambiar”.
Propiedad privada. ¿Acaso esa era la raíz del despadre? No solo eran sus gritos. Tampoco se trataba exclusivamente de “su casa”. Eran sus frutas, sus verduras, su carne, sus huevos, sus herramientas, su luz, su gas, su teléfono, sus automóviles, sus periódicos, su cable, su papel higiénico, sus duchas, su agua (habría que decir, su tanque del agua). Todo le pertenecía y, sobre todo en medio de los cotidianos escándalos caseros, no perdía la oportunidad de recordárnoslo.
En mi casa –corrijo, en la casa de mi padre– nunca se pudo respirar, ni siquiera reír, alzar una fruta, coger un alicate... sin encontrar líos. Los almuerzos dominicales se convirtieron en un verdadero tormento:
–¡Prohibido hablar! –ordenaba mamá para que el mandamás irascible no tuviera oportunidad de enfadarse y, entonces, mi hermana Karina deformaba la cara hasta mostrar el semblante de la subversión misma hecha mujer.
Es muy triste desear que tu padre se vaya de casa para sentirte un poquito libre. Y es más triste todavía desear, con todas tus fuerzas, el irte de casa porque ya no lo puedes soportar... o porque quieres dejar de contaminarte con los malos sentimientos:
–¡Es que lo odio, lo odio con todas mis fuerzas, lo detesto! –repetía Karina luego de que él nos castigara cortándonos “su luz” (una de sus amonestaciones predilectas). Ella fue la primera en escapar. Se consiguió una beca en Marsella, Francia, y desapareció de la casa. Mariana –mi hermana mayor– le siguió los pasos, aunque la falta de recursos intelectuales la llevó a casarse con un catalán veinte años mayor que ella (gracias a la alianza se hizo de la residencia española, al año siguiente se divorció y, desde entonces, está radicada en Valencia).
De esta manera, solo quedábamos mi hermano menor y yo. Augusto, a punta de sacrificios y amanecidas con café, había terminado de estudiar medicina. Así, tuvo la oportunidad de servir al Estado, durante un año, lejos de casa. Aunque le tocó una ciudad altiplánica, fría y precaria, él lo tomó como un regalo de los dioses. Y lo era: apartarse del ruido por 365 días.
Yo, por mi parte, me gané una beca de tres años para estudiar escritura creativa en una universidad tejana. Mi inglés era poco menos que indigente –lo sigue siendo–, sin embargo acariciaba el sueño de mi nueva vida escribiendo en El Paso, una ciudad fronteriza estadounidense...


Publicado por AKANTILADO. Literatura, pensamiento, crítica.

martes, 1 de mayo de 2012

Efectos secundarios


EFECTOS SECUNDARIOS

Pese a todos mis esfuerzos no conseguí conciliar el sueño hasta las pasadas las dos de la madrugada. En mi cabeza aparece el vago resplandor de la excelente mopa limpiadora al vapor Sky-Lab 3000; ¿o era Aramis Soler prometiendo la prosperidad con su limpieza de áurea? Soñar despierto es tan peligroso como no soñar en absoluto; consigues unos instantes refrescantes en el mar de la evasión, pero la resaca siguiente suele  ser tan ingrata como la abstinencia de la realidad.

Josefa vino a buscarme para ir al Nova Karma Innovations como habíamos acordado. Andrés, dijo, están seleccionando a gente para estudiar un nuevo medicamento para trastornos del sueño. Según ella, que me conoce bien en la superficie y en la intimidad; un tipo como yo insomne, obsesivo, deprimido, irascible e hipocondríaco en extremo; es un candidato perfecto. Tengo  problemas económicos y académicos. Me paso las noches en el sofá viendo series de TV, en duermevela. Cuando aparece la sorpresa de alguna cabezada, me asombran en la pantalla los infocomerciales o los cartománticos de turno: “...pero si tienes algún problema, si no puedes esperar, llama ahora y nuestro equipo de profesionales, te atenderá gustoso...”. Realmente, ¿quien puede atravesar la oscuridad del futuro?.

Tras el proceso de selección, firmamos un contrato de asistencia y confidencialidad. Tomábamos  la medicación diariamente  frente al equipo de investigación. Los doctores, un hombre y una mujer de mediana edad, gemelos, bien parecidos, nos hacían diariamente su batería de preguntas:

¿Nombre?...  ¿Profesión ... ¿Estado Civil ... ¿Si fuera un color sería?... ¿Si fuera una estación del año sería?... ¿Si fuera  una maquina seria?... ¿Si fuera un lugar geográfico sería...? ¿Cuál es su día de la semana favorito?... ¿Si fuera un sentimiento sería? ... ¿Si fuera un animal seria?... ¿Si tuviera un millón de euros que haría?...

Pagaban bien; no me importaba responder casi sinceramente a la batería de preguntas. Contestaba casi siempre igual, salvo la pregunta del millón, que variaba en función de la inspiración del momento o de la codicia presente. Cada día hablábamos sobre el experimento, las absurdas preguntas, los gemelos, sobre qué haríamos con las futuras ganancias. A veces pactábamos respuestas imposibles. No comentábamos los efectos de las cápsulas que ingeríamos. Al principio    no note nada especial. Las noches seguían su liturgia habitual. Cena a las ocho. Unas horas con el ordenador: correo, chat; atracar la nevera para tapar el agujero de la ansiedad y la primera serie de TV a eso de las diez... No recuerdo bien pero apareció entre sueños la primera vez. Era idéntica a mí; pero no era yo, sino ella. Mi sonrisa, mis ojos, mis gustos, mis metas; quizás algo mas resuelta, inteligente... Desaparecía dejándome la sensación de una visita  intensa y precipitada. Creo que cada vez que el sueño me vencía, ella tomaba las riendas gestionando mi conciencia y mis quehaceres.

Al cabo de unas semanas mis declaraciones a la cuestión del millón fueron más creativas e íntimas: se volvieron más intuitivas, sin proponérmelo; con un matiz práctico y elaborado. Pude observar a la vez que se abrían brechas para  proyectos altruistas en la planificación; noté podía estar escribiendo la respuesta al tiempo que imaginaba la ruta mas próxima al supermercado, el menú de la semana, cuando iba a organizar de una vez los armarios o decidiendo  si no me regalaba un abono completo a la revista Emprendedores. Era como  poder hacer varias cosas al mismo tiempo.

Recientemente  Nova  Karma Innovations  ha contratado a dos auxiliares de informes, Andrea y José,  por necesidades de producción en el servicio nocturno; ambos comparten piso desde hace un mes.